Por Omar Puentes, em Tenfiel Digital
Apareció en silencio. Así, como se fue. Era un pibe cuando arrancó en Racing. Llegó al vestuario del Centenario para enfrentar al Peñarol de las hazañas. Fue hace medio siglo. ¿Cómo se llama? Esa fue la pregunta. Ladislao Mazurkiewicz, la respuesta. Fue la figura del partido, junto al argentino Eugenio Callá, que tenía la costumbre de hacerle goles a Peñarol.
A partir de ese partido lo llamaron Mazurca, Chiquito, Polaco. De Sayago a Los Aromos, en un pase anunciado. Luis Maidana titular, hasta que una decisión lo sacó del plantel justo cuando había que jugar ante el Santos de Pelé, en Buenos Aires, un partido épico por Copa Libertadores en 1965. Marzurkiewicz, el golero niño, al decir de Heber Pinto, en su renovador relato, se paró de frente a los famosos morenos. Peñarol ganó 2:1, con Mazurka atajando todo y Pepe Sacía anotando el segundo por sobre la salida de Laercio, el golero de Santos.
Momento de pisar la alfombra roja de la fama para Mazurkiewicz. Llegó la Copa Libertadores. La Intercontinental. Llegó la Selección. El Mundial de Inglaterra. El debut frente a la Reina, con un saludo fuera de protocolo, dándole un beso para romper el hielo de la majestuosidad. El atrevimiento de bajar un centro con una mano para el asombro de Wembley, dejando desairado nada menos que al encumbrado Bobby Charlton. Esa fue jugada repetida en los informativos en blanco y negro de la época, como si hubiera sido un gol cargado de magia.
Fue el mejor golero del Mundial 1970, cuando el universo del arco era reino de Lev Yasin. En el partido de despedida de la araña negra rusa, Mazurca lo sustituyó en el segundo tiempo. Yasin le entregó sus guantes. No fue necesario leer el testamento. Yasin lo había nombrado heredero universal.
Fue un gigante del arco. Allí, en ese rectángulo donde no se vive del perdón, construyó su imagen. Allí cimentó su rica historia. Fue grande de verdad. No tuvo prensa, porque siempre fue reacio. Más aún después de dejar la actividad como jugador. Fue como si se recluyera de las cámaras, de los grabadores. Prefirió posar como hostil, pero quienes lo conocieron profundamente, encontraron en él una figura pintoresca, amable, con una sonrisa torcida por la picardía.
Falleció Ladislao Mazurkiewicz. Luchó hasta el final, con sólo el corazón, porque el cuerpo lo fue abandonando de a poco. Partió en silencio, como llegó a la vida pública, como vivió después de dejar el fútbol. Dejó huella profunda, indeleble en el recuerdo.
Ahora el Arco Iris tiene golero…
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